“Tan grave es que el PRI cometa fraudes en las elecciones como que la mayoría de ciudadanos crea que las elecciones son fraudulentas”, le escuché decir a un analista político el siglo pasado. La alternancia en la Presidencia en la primera década del siglo XXI y el triunfo de la oposición en varios estados, parecía dejar en el pasado esa “creencia”, pero los dudosos triunfos del PRI en el Estado de México y en Coahuila
parecen regresar al panorama electoral del pasado.
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Enrique Ochoa, Presidente del PRI, dijo que al triunfo de su partido lo ayudó el miedo al populismo, y tiene razón. Muchos votantes que vieron en principio a la candidata del PAN como alternativa, según encuestas iniciales de intención de voto, se lo pasaron al PRI, al darse cuenta del avance de la candidata de Morena y lo poco probable del triunfo de la panista, que carecía de suficiente estructura partidista.
En la anterior elección el PAN obtuvo el 11 por ciento de la votación; en la actual alrededor del 12 por ciento. No tiene estructura en el campo, de donde provinieron la mayoría de los votos del PRI. El voto verde, en gran parte comprado con dádivas, fue definitivo en el endeble triunfo del PRI. La mayoría de los votos en las ciudades fueron para Morena, el PAN y el PRD.
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