Lo más grave de AMLO es que en tres años y medio de gobierno no ha visto o no ha querido reconocer, sus decisiones erróneas. Y si no aceptamos nuestros errores es imposible corregirlos.
Los colaboradores señalan errores, los servidores no. Los amigos nos dicen si vamos mal, los enemigos no. Y parece que el presidente López Obrador está rodeado de servidores y enemigos, que le aplauden sus errores.
AMLO olvida el viejo dicho que dice “de humanos es errar y de sabios reconocer”. Si hay alguna falla inocultable culpa a los conservadores, a los “fifís”, a los inversionistas privados o a los EUA, pero no acepta que fue un error suyo.
A nadie le gustan las malas noticias, pero no hacerles caso cuando son reales, las empeora.
Algunos de sus mejores colaboradores se retiraron y convirtieron en sus críticos, como el primer secretario de Hacienda que tuvo cuando llegó a la presidencia, y que lo acompañó en su gestión como gobernador de la CDMX.
Sus servidores ya le agarraron el modo, si quieren conservar la “chamba” no deben contradecirlo, y aceptar cualquier sugerencia que haga. Empresarios oportunistas le proponen políticas destructivas, pero que les dan a ganar dinero, como el abandono del aeropuerto de Texcoco, que implicó tirar a la basura miles de millones, y remodelar un aeropuerto cuya capacidad y conectividad no tiene nada que ver con el de Texcoco, que hubiera sido de los más grandes de Iberoamérica.
Las llamadas inversiones capricho, como construir una refinería en un lugar inadecuado, se consolidó por no hacerle caso a un colaborador que le dijo que no era un buen lugar para construir una refinería. Lo corrieron por contradecir al Presidente.
Para corregir errores se necesita humildad, que es una virtud. Si sostenemos errores caemos en la soberbia, que constituye un pecado capital. De AMLO conocimos actos de humildad, cuando todavía no llegaba a los altos puestos, pero la mayoría de quienes lo rodean actualmente le cultivan la soberbia al ocultarle sus errores, y más si implican más poder y dinero manejado por ellos, como sucede con la monopolización completa de la producción, importación, y distribución de productos petrolíferos y la generación de energía eléctrica.