Durante las cuatro décadas que China vivió bajo una economía socialista, marxista-leninista y maoísta, no creció su economía. A finales de los 60 sufrió una hambruna donde murieron alrededor de 36 millones de chinos.
Hasta finales de los 70, antes de su apertura al capital privado, nacional y extranjero y de echar a la basura el sistema socialista, China tenía un nivel de vida parecido al que todavía prevalece en Corea del Norte.
China se anexó a Hong Kong, cuyo sistema fiscal de bajos impuestos, sistema laboral flexible y de libertad para importar y exportar, lo convirtieron en una de las zonas más competitivas del mundo. El “made in Hong Kong” fue el antecedente del “made in China”. China no impuso su sistema estatista a Hong Kong, sino tomó su sistema capitalista competitivo y lo estableció en China.
A partir de los años 80 China empezó a crecer aceleradamente. De 1980 al 2005 creció alrededor de 10 por ciento promedio anual. Se convirtió en el país con el mayor crecimiento del mundo y el que abatió más la pobreza extrema, gracias a reformas internas y a la inversión extranjera directa.
Pero con esa inversión también llegó la inversión financiera, que a través de millonarios fondos globales inflaron las nacientes bolsas de valores chinas. Esos fondos le apostaron a crecimientos de dos dígitos, pero era previsible que se moderada el crecimiento de China. Los enormes movimientos internacionales debido a un exceso de liquidez, creado para cubrir los grandes déficits de los gobiernos de Italia, Francia, España, Grecia, México, Brasil y de Estados Unidos, entre otros, generaron la crisis de 2008. El reacomodo por el alza de tasas en EU de carteras globales, que especulan con tasas, acciones y manejan miles de millones de dólares, generó el desplome de las bolsas con un porcentaje importante de inversión financiera extranjera, que cambio de país o pasó de renta variable a renta fija.
China no es la causante de las devaluaciones y las caídas de las bolsas, sino una víctima más del desorden financiero de gobiernos que cubren sus déficits presupuestales con emisiones monetarias o deudas impagables, para costear los requerimientos de Los vividores del Estado, título de un libro que publiqué cuando fui presidente de la Comisión de Presupuesto y Cuenta Pública de la Cámara de Diputados.