En 1973 visité la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, ejemplo a seguir por intelectuales, activistas y “progresistas” de izquierda en el siglo XX. Lo primero que visualicé fue grandes colas para adquirir comida y ropa, racionadas y con un mercado negro paralelo. Los zapatos, distribuidos por el Estado, de color blanco, no se repartían por tallas y les podían dar dos izquierdos o derechos, después los intercambiaban sus receptores. Para obtener un departamento o coche había que esperar dos años o más, aunque se tuviera el dinero para comprarlo, o se podía adquirir en menos tiempo si se tenía algún amigo en el partido o le daban dinero extra, en divisas, a los burócratas encargados de asignarlos.
Colas, escasez de bienes y servicios, racionamiento, mercado negro, corrupción y dinero sin poder de compra, eran las características de la economía soviética, del socialismo real, que conocí hace 46 años. Un panorama parecido observé en los países de Europa del Este dominados por la URSS, a los que les impusieron el socialismo real o capitalismo de estado.
En la década de los años 70 también visité China y Cuba, donde la pobreza y escasez eran notorias. Había dos clases sociales, los que vivían bien, altos funcionarios y dirigentes del partido socialista en el poder y el “pueblo”, todos igualmente pobres, no había clase media, ni empresarios particulares.
En el siglo XXI el ejemplo de los resultados del socialismo real o “neosocialismo”, es Venezuela, país que he visitado varias veces, antes y después de implantar el capitalismo de Estado, pues en el socialismo real no desaparece el capitalista, la burocracia, los dirigentes del partido en el poder o el caudillo socialista y su séquito, se convierten por ley en los únicos capitalistas, monopolizan las principales actividades económicas y distribuyen lo poco que producen con criterios burocráticos y partidistas.
El porqué de la escasez en los países socialistas radica en un Estado planificador, dueño de los medios de producción y repartidor de lo producido, en prohibir o limitar la propiedad de empresas y la libertad de producir, vender y hacer negocios.
A pesar de los nefastos resultados en 100 años, el socialismo les gusta a los políticos por el poder que concentran y a muchos pobres por la ilusoria promesa de que sin trabajar, con programas de ayuda, serán “menos desiguales” que los ricos y saldrán de la pobreza.