En marzo de 1938 el presidente Lázaro Cárdenas expropió y estatizó las compañías petroleras extranjeras. “El petróleo pasa a manos de los mexicanos”, dijo el presidente socialista. Nace el primer mito. El petróleo no pasó a manos de los mexicanos, sino de burócratas y de un sindicato que conformaron un monopolio para su beneficio.
El segundo mito es que se expropió a los ‘yanquis’. Falso, las compañías americanas fueron las principales beneficiadas con esa expropiación. En aquel entonces Estados Unidos pasaba por la recesión más profunda de su historia. Sus compañías estaban al borde de la quiebra por la falta de demanda de su petróleo y la baja de precios.
Sus principales competidoras eran las compañías inglesas que controlaban 70 por ciento del petróleo en México. El gobierno americano apoyó al gobierno socialista de Cárdenas para que expropiara a los ingleses y a las compañías americanas casi quebradas. A las americanas les pagó primero (de 1940 a 1953) dos dólares por cada dólar de activos y a las inglesas después (1948-1962) 50 centavos por cada dólar de activo.
Aunque los ingresos para el gobierno derivados del petróleo constituyeron por un tiempo los principales recursos fiscales, son parecidos a los que reciben en otros países gobiernos por derechos e impuestos de petroleras privadas.
Los frutos de esa expropiación, a 79 años de realizada, son una gran dependencia de Estados Unidos. A finales de 2016 importamos 68 por ciento de las gasolinas que consumimos. La balanza comercial petrolera es deficitaria.
Importamos más derivados del petróleo que el crudo que exportamos. El gobierno le da más recursos a Pemex de los que recibe de ese monopolio.
Deuda, pasivos laborales creados por un corrupto sindicato, sobreprecios a contratistas ‘amafiados’ con funcionarios y una mala administración, quebraron al monopolio estatal petrolero, que lo único que dio a los mexicanos fueron gasolinas de baja calidad y caras (ver libro EPN: El retroceso).
La estatización del petróleo en México es un ejemplo de ineficiencia y corrupción, encubierta con un seudonacionalismo y socialismo, que mitificaron los gobernantes para saquear los recursos petroleros en México.