A raíz de la victoria de Andrés Manuel López Obrador hay sectores de la izquierda que hablan de la terminación del neoliberalismo en México.
Falso, no se puede terminar lo que nunca se ha practicado. Si por neoliberalismo entendemos libertad comercial y libre empresa, existen, pero acotadas. Las políticas públicas más importantes del siglo XX fueron neosocialistas, no neoliberales, o una mezcla de ambas, al igual que la Constitución. Más allá de “ismos”, izquierdas y derechas, debemos analizar que políticas económicas funcionan y cuáles no.
La reforma agraria, política catalogada de izquierda, que expropió propiedades y las repartió para su explotación colectiva mediante ejidos y comunidades, de 1914 a 1994: ¿funcionó?, ¿elevó el nivel de vida de los campesinos y creó empleos?, o generó estancamiento, desempleo y migración de campesinos a las ciudades y a EUA.
Las expropiaciones del petróleo, de los ferrocarriles y de las compañías eléctricas, catalogadas como políticas socialistas, ¿repercutieron en un beneficio a los trabajadores y mexicanos pobres? o solo generaron privilegios para sindicatos, altos funcionarios y contratistas. Para el pueblo, gasolinas y electricidad cara, deudas y pensiones privilegiadas, que cubrimos con nuestros impuestos.
La apertura de Pemex es reciente y fue necesaria ante su quiebra por su corrupción y mala administración. No tiene para pagar su deuda ni sus pasivos laborales. La balanza petrolera es negativa, pagamos más dólares por las gasolinas que importamos que los que recibimos por el crudo que exportamos.
En los años 70, cuando nos acercamos más al capitalismo de Estado, el gobierno manejó la mayor proporción de la economía mexicana, con más de mil 200 empresas estatales, la mayoría de las cuales perdía dinero. En esa época fue cuando sufrimos la mayor inflación, devaluación y caída de salarios reales.
La mayoría de los votantes de AMLO no sufragaron contra el neoliberalismo ni a favor del socialismo, votaron contra un gobierno corrupto y con la esperanza de un gobierno honesto. López Obrador prometió honestidad no socialismo. La mayoría de sus seguidores quieren un gobierno honesto no uno socialista, estatista, como el que ya fracasó en México el siglo pasado.