¿Por qué el retroceso?
Hay dos visiones radicales de la situación económica de México, una, descalificar todas las acciones gubernamentales a priori porque pertenecemos a otro partido o sostenemos una ideología que no comparten quienes detentan el poder. La otra, justificar todo lo que hacen o dicen los gobernantes por pertenecer a su partido o recibir sus prebendas.
El presente análisis, más allá de visiones radicales, te proporciona cifras y razonamientos sustentados para que los ponderes y llegues a tus propias conclusiones.
El gobierno dirigido por el presidente Enrique Peña Nieto realizó cambios estructurales positivos, aunque tardíos e incompletos, como la Reforma energética, que implica abrir a la inversión privada y a la competencia los monopolios estatales de Pemex y la CFE.
Mediante la Reforma educativa, que en principio constituye un avance, el gobierno busca terminar con el fascismo educativo que creó años atrás su propio partido, al entregarle la educación primaria y secundaria a un sindicato a cambio de votos y apoyo electoral.
En cuanto al deterioro y crecientes desequilibrios de la economía: deuda, déficit y aumento de pobres, entre otros, el gobierno de EPN responsabiliza a factores externos: la caída internacional del precio del petróleo, el fortalecimiento del dólar, la crisis en China o la salida de Inglaterra de la Unión Europea. Los defensores del actual gobierno señalan que no es lo mismo gobernar con un precio del petróleo alrededor de los 100 dólares que en torno de los 40.
La baja del petróleo impactó la economía de México, pero no por la baja en sí, sino por la dependencia de las finanzas del gobierno en los ingresos petroleros y la ausencia de una adecuación del gasto público a esa baja de ingresos petroleros, que se da hasta 2015, pues en 2013 y 2014 los ingresos petroleros fueron 8.2%1 mayores que en los dos últimos años de Calderón.
En 1982 las exportaciones petroleras representaron 57% de las exportaciones totales; el comercio exterior estaba petrolizado. En 2016, menos de 5%; ya no somos un país petrolero.
Gracias en parte al Tratado de Libre Comercio con EUA, la mayoría de las exportaciones, más de 90%, es generada por el sector privado. Las exportaciones automotrices representan alrededor de 30% de las exportaciones totales, seis veces más que las petroleras.
La causa de la quiebra de Pemex no fue la baja del petróleo sino la ineficiencia y los altos costos de ese monopolio estatal que durante el siglo pasado constituyó una de las principales fuentes de corrupción, de derroche, de enriquecimiento de funcionarios y de contratistas corruptos que compartían las altas ganancias de los sobreprecios con funcionarios. La deuda de Pemex, un sin contar los pasivos laborales, es impagable por la empresa. Es mayor a la de Shell, a la de Chevron o a la de Exxon.
Líderes sindicales se enriquecieron con la venta de plazas, cuotas y miles de millones de “ayudas” de la empresa a cambio de apoyo en las elecciones, como lo documentó en 2001 el llamado Pemexgate. Al pueblo solo le tocó contribuir con el pago de gasolinas caras y de mala calidad.
El impacto de la baja de precios del petróleo en los ingresos gubernamentales fue compensado con creces por los ingresos adicionales derivados de los aumentos de impuestos, pero esos ingresos, supuestamente para cubrir el hoyo que dejó en los ingresos fiscales la reducción del precio del barril de petróleo, fueron utilizados para gastar más, no para reducir el déficit fiscal.
Los comentarios, gráficas, cifras y comparaciones que aquí presentamos, nos permiten llegar a la conclusión, aritmética y lógicamente sustentada de que debido básicamente a las políticas económicas internas equivocadas del actual gobierno sufrimos un retroceso en la economía mexicana: más gasto público, más déficit y más deuda, incrementaron el riesgo país y redujeron la solidez del marco macroeconómico, lo que aumentó la salida de capitales, generó la devaluación del peso, hizo necesarios el aumento de tasas de interés y la venta de reservas por el Banco de México para evitar una mayor devaluación.
El actual gobierno no solo incrementó sus gastos presupuestados con el apoyo de la mayoría de diputados que pertenecen a partidos que controla el ejecutivo, sino gastó de 2013 a 2015 por arriba de lo autorizado por el Congreso.
Ante una baja de ingresos lo correcto es reducir el gasto público, no pedir más dinero prestado ni aumentar impuestos.
En el gasto público hay “mucha tela de donde cortar”, como lo demostraremos más adelante.
Incrementar impuestos genera una baja en la inversión de las empresas sujetas a una mayor presión fiscal, pues las inversiones, precursoras del empleo y crecimiento, y los impuestos, salen de las mismas fuentes: las ganancias y las ventas.
Economistas neo-keynesianos aconsejaron al presidente López Portillo (1976-1982) convertir el gasto público en el principal motor de la economía; los resultados fueron desastrosos: alta inflación, devaluación, empobrecimiento y pérdida de los ahorros de millones de mexicanos.
Reducir gasto sin bajar impuestos ayuda a evitar un mayor endeudamiento y déficit, pero desestimula el crecimiento.
Aumentar impuestos y el gasto, como lo ha hecho el actual gobierno hasta agosto de 2016, es el peor camino, que resulta en un retroceso en materia económica, aumenta los desequilibrios, el déficit, la deuda y reduce el crecimiento.
El presidente Enrique Peña Nieto recibió una economía con un crecimiento de 4% (2012), ahora crecemos alrededor de 2%.
Impuestos más altos restan competitividad fiscal para atraer inversión extranjera directa, la que ha sido el principal motor inicial de los altos crecimientos de China, Irlanda y Singapur.
Los altos crecimientos de esos países dejan claro que mantener bajos los impuestos es el mejor incentivo para aumentar la inversión productiva, el empleo y crecer más.
Es positivo buscar un superávit primario en el presupuesto de 2017, pero es insuficiente para mejorar las expectativas negativas vaticinadas por las calificadoras si no representa por lo menos 1.5% del PIB.
Más adelante identificamos dónde se puede recortar el gasto en educación sin reducir la educación; en programas “sociales” sin perjudicar a los pobres, y en casi todos los sectores del gobierno sin bajar la calidad y cantidad de los servicios que benefician a los ciudadanos.
Para curar a un enfermo, además de identificar la enfermedad, es necesario aplicar la medicina correcta en las dosis adecuadas.