Por seis años el presidente López Obrador, al igual que Peña Nieto, Calderón, Fox, Zedillo, Salinas y demás presidentes, se convierten en los más ricos y poderosos de México al igual que los presidentes de Estados Unidos, quienes no tienen poder para nombrar al director de empresas petroleras ni eléctricas.
Pemex, más allá de una retórica demagógica, de que es de todos los mexicanos, es de hecho propiedad del presidente en turno, pues él decide quién es su director y si se construye una refinería y dónde. Es el propietario virtual de Pemex, con la ventaja sobre los propietarios privados que si quiebra no pierde un centavo de su patrimonio y sus amigos, a quienes nombró directivos, pueden ganar millones, aunque le vaya mal a la empresa estatal.
La principal característica de la propiedad es decidir sobre su uso, y en el caso de las empresas estatales y del presupuesto federal, en un país donde el presidente controla el Poder legislativo, tiene más poder sobre el destino del presupuesto del gobierno y el de las empresas estatales, que el principal accionista de una gran empresa privada que cotice en bolsa.
El presidente de México tiene más riqueza y poder a su disposición que muchos de los empresarios más ricos del mundo. Varios presidentes de México, para no extrañar esas riquezas, de la cual son dueños temporales, hacen su “guardadito” para después de salir no tener problemas económicos y asegurarle un holgado nivel de vida a sus futuras generaciones.
El atractivo del capitalismo de Estado no es solo el poder de los gobernantes sobre los demás, sino que además manejan más riqueza que cualquiera de los demás ciudadanos, y tienen autoridad para hacer más ricos a empresarios amigos y reducir la riqueza de empresarios críticos o considerados enemigos.
El presidente del Consejo de Administración de una compañía eléctrica o petrolera en EUA que nombre a un director sin experiencia, le puede significar, como principal accionista, enormes pérdidas, al caer las acciones de esa empresa, pero en México el presidente puede nombrar a un amigo, que no sepa nada de administrar una empresa y no pierde nada.
En México, quien dispone de más riqueza es el presidente, que se convierte de hecho por seis años en el más rico de México.